El lector se levantó de su asiento, dio un vistazo tímido cuidando que nadie lo mirara, tomó el libro entre sus manos, lentamente lo abrió justo en la mitad, lo contempló, dijo “Hermoso”, escupió tres veces en él, lo llevó hasta su pene, con gentileza lo cerró alrededor de éste y se masturbó gritando “Oh, sí” y “Oh, dios” y majaderías bukowskianas y versos cursis de Neruda, hasta venirse, arrojó el libro al suelo, ultra-ajado y deshojado. Luego fumó.
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