sábado, 21 de agosto de 2010

Convalecencia

No se detuvieron los relojes
ni el almanaque cesó de deshojarse
Los edificios y la abuela continuaron en su lugar
y, hasta ahora, el mar ha sido puntual en cada oleaje
Nadie fue un ápice más feliz
y la balanza no se inclinó un solo gramo a la miseria

Llueve cuando tiene que llover

No dejé de comer
ni la gente educada de decirme buenos días
Sólo he visto arcoiris en la caja del cereal
y nubes negras disipándose desde el escape de los autobuses

Algo cambió, sí,
en el mundo del sueño
Pero ése no es real y la ciencia de hoy afirma que,
pese a tanto Freud,
lo soñado es puro disparate

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