martes, 9 de marzo de 2010

Heavenly tasty!

En toda Manhattan, y poco después en el mundo entero, nunca hubo una empresa de fast food tan exitosa como Heaven Wings. La gente sencillamente amaba el sabor de sus alitas, inusuales en proporción, y dotadas de un sabor que nadie alcanzaba a precisar –acaso salado, amargo para algunos, picante a los más, agridulce para tantos–, pero que todos calificaban, sin dejo de duda, como delicioso. “… ¡el éxtasis!; parangoneable sólo a lo que debe sentir la Santa Teresa de Bernini”, incluso se atrevió a publicar un famoso crítico de cocina –no sin cierta burla por parte del gremio, que consideró el comentario hiperbólico y hasta gay.

Con la avasalladora expansión de su empresa, era evidente que el ahora magnate P. R. Ophett apareciera en tantísimas revistas del giro. Precisamente para una de ellas, tuve la oportunidad de entrevistar al hombre del momento –casi literalmente, al que estaba en boca de todos–.

Después de tocar pormenores sobre su dura infancia, sus inicios como empresario, sus innovadoras estrategias de mercadotecnia, su visión, su célebre altruismo, casi al final de la entrevista me atreví –luego de insinuarla tantas veces sólo a manera de broma y entre risas falsas– a hacerle la pregunta directamente:

–Pero dígame, ¿qué hace tan sabrosas sus alitas? ¿Cuál es su receta secreta? –reí otra vez ante esta última ocurrencia.

–De acuerdo, se lo diré –respondió luego de soltar un largo suspiro de caballerosa resignación. Después de todo, nada cambiará porque le revele el secreto: Es que he encontrado a Dios y el camino al cielo –dijo con tranquilidad, casi serena sabiduría.

Confundido, guardé unos segundos de silencio tratando de comprender qué importancia podría tener aquella revelación o si acaso estaba jugando conmigo. No supe si reír otra vez. Luego busqué aclaración:

–Vamos, muchos hombres de negocios son más o menos creyentes, van a misa, comulgan o dan limosnas millonarias, y los hay hasta seriamente devotos; ¿por qué usted…

– No, no me ha entendido –interrumpió–; quiero decir literalmente. Él es nuestro proveedor.

1 comentario:

A. Toledo dijo...

Aquí un cuento que es más bien una largo chiste de humor negro.